Detrás de cada imagen que aparece en pantalla, hay decisiones invisibles que sostienen su lógica y su impacto. En el caso de ‘Zafari’, la más reciente colaboración entre el cinefotógrafo Alfredo Altamirano, AMC (‘Esto no es Berlín’ ) y la directora Mariana Rondón, esa lógica visual fue construida a partir de un rompecabezas técnico, emocional y geográfico. Esta cinta presenta a una familia que permanece confinada en un complejo de departamentos prácticamente deshabitado, en una ciudad en la que la vida se ha vuelto tan difícil que la mayoría ha optado
por irse. La historia da un giro extraño cuando un zoológico es instalado en la zona y los vecinos del edificio de enfrente son elegidos para cuidar al nuevo huésped: un hipopótamo llamado Zafari. Pronto, la comida destinada al animal se convierte en una moneda de cambio y los vecinos comienzan a ejercer poder a través de su control. Mientras tanto, la familia protagonista, cada vez más aislada, enfrenta el hambre y el deterioro de su entorno.

Alftredo Altamirano no solo fue el responsable de fotografiar la película, sino también de articular una coreografía de miradas, tiempos y climas que cruzaban tres países. “El personaje mira en el plano, y el contraplano está en otro país, con otra luz”, ejemplifica. Esa distancia, que en el corte final desaparece, fue uno de los principales retos de la producción, resuelto con una planificación estricta y una sensibilidad
estética meticulosa. La propuesta visual de ‘Zafari’ no fue una cuestión de estética solamente, sino de ingeniería. El filme se filmó en locaciones diversas y bajo esquemas de coproducción que exigieron una segmentación por países: exteriores en República Dominicana, interiores en Perú y elementos de green screen en México. Esto implicó que escenas que narrativamente ocurren en el mismo espacio y tiempo, fueran capturadas con meses de diferencia, bajo condiciones completamente distintas.

Las piezas del rompecabezas

El director de fotografía comparte algunos detalles sobre cómo se unió a este proyecto que resultó ser una experiencia marcada por una compleja logística. “Fue un proceso bastante rápido. Me presentaron a la directora y en seguida hubo una conexión. Uno de los aspectos clave era que yo entendía el proceso de postproducción que la película requeriría lo que ayudó a que la química entre nosotros fuera inmediata”. La experiencia del director de fotografía en esta área jugó un papel crucial ya que facilitó la relación con el equipo de VFX y permitió que todo fluyera de manera natural. Alfredo explica que la decisión de filmar en tres países, fue debido a la coproducción. Aunque el proceso de rodaje podría haber sido más sencillo si todo se hubiera concentrado en un solo lugar, los acuerdos de coproducción exigían que el dinero se distribuyera en los tres países involucrados. Sin embargo, las coproducciones requieren un compromiso financiero específico, lo que complica, pero también enriquece, el proceso. Cuando Alfredo Altamirano leyó por primera vez el guion de ‘Zafari’, no solamente encontró una historia potente, sino también el tipo de desafío técnico que lo impulsa como director de fotografía. “Me gusta pensar hasta dónde puede llegar el hombre por sobrevivir. Estaba buscando ese tipo de historias que tienen mucho potencial cinematográfico y que son verdaderamente fuertes”.

El reto no era menor: hacer que una película filmada en tres países, bajo un modelo complejo de coproducción internacional, se sintiera unificada, contenida, casi como si todo ocurriera dentro de un mismo espacio. Altamirano lo resume como un ejercicio de precisión quirúrgica. Zafari es una película en la que un personaje puede mirar desde una habitación en Perú hacia un exterior rodado en República Dominicana, y cuyo contraplano fue completado con fondos digitales diseñados en México. Es una cinta construida desde la claustrofobia, en la que la cámara es la pieza que dictamina el paso del tiempo para ir descubriendo poco a poco, los lugares de la historia dosificando así la información dramática. “El exterior es un espacio hostil al que nadie quiere salir, por lo que había que reforzar esa idea con la dureza del sol”, recuerda el cinefotógrafo. La película realizada con la ARRI Alexa Mini LF, óptica Mamiya 645 con speedbooster, más el uso de una Sony FX6 con un lente zoom FE 200-600mm F5.6 – 6.3 G OSS —para el lenguaje del uso de binoculares dentro de la historia—, construyó un rompecabezas prácticamente real.

“El equipo de diseño de producción tomó una casa dúplex de dos pisos y la transformó en 5 departamentos, de acuerdo a la historia. Mientras filmábamos en un piso, trabajaban en otro para hacer un nuevo departamento”, añade Alfredo sobre el gran trabajo a cargo de Diana Quiroz. La iluminación exterior de República Dominicana marcaría el estilo de los interiores a filmar en Perú. Más allá del dinero, Altamirano se enfrentó con un reto de infraestructura técnica. “En Perú el único foro con el que podíamos contar pertenece a una universidad, por lo que tuvimos que construir lo necesario para nuestros fondos de green screen y simular una vista urbana dentro de la historia”.

Miradas que cruzan países

Inicialmente, existía la posibilidad de filmar todo en territorio mexicano, pero las decisiones presupuestales y los fondos fueron acomodando la producción de una manera diferente: “Cayó la ayuda dominicana, y por ley, teníamos que filmar en noviembre y diciembre allá”, explica Altamirano, mientras que fue necesario trasladarse a Perú para rodar los interiores. Por otro lado, Francia participó en la corrección de color a cargo de Mathilde Delacroix.

Para lograr una continuidad lumínica y visual, Alfredo Altamirano hizo un estudio minucioso de la luz. En la etapa de la preproducción en República Dominicana, el director de fotografía pasó tres días capturando los fondos digitales que simularían vistas desde un departamento. “Me dieron la oportunidad de permanecer en tres departamentos, en tres pisos diferentes, para así tener fondos diversos en distintas horas del día”. El objetivo era capturar estos paisajes con variaciones de luz natural, lo cual serviría para las composiciones en postproducción y para reproducir esa luz en el set.

Construir lo invisible

Zafari sedimenta su tensión dramática en aquel espacio negativo de lo no visto, o bien, de todo aquello que puede ocurrir fuera de cuadro. Sutilezas narrativas que llevan al espectador a mantener su atención dentro de lo diegético y lo extradiegético, para dejarse guiar por una historia que aumenta su conflicto desde la exploración de la condición humana. “Mariana y yo teníamos la premisa de la no luz, es decir, dentro de una atmósfera en la que se juega mucho con la ausencia de la energía eléctrica, dada las condiciones de lo que ocurría en la historia, la oscuridad tendría un peso mayor. Sin embargo, implicaba determinar qué era lo que sí alcanzaríamos a ver dentro de esas penumbras, para entonces establecer lo crucial para la historia”, añade el director de fotografía.

De esta manera, la película dirigida por Mariana Rondón es un relato compuesto desde el contraste lumínico y la figura de lo ausente. Un juego de dicotomía entre lo que ocurre de modo literal y visible, frente a todo lo que sucede en los límites del cuadro. En paralelo a la descripción técnica en párrafos anteriores, fue dentro de esta premisa narrativa sobre la no luz que decisiones como el uso de los lentes Mamiya 645 adquieren un peso significativo para la solución de retos al filmar la oscuridad. “Añadir el speedbooster nos regalaría un paso más de luz, pero además de su ventaja en rapidez, creo que es una óptica que parece estar enamorada de los rostros, separándolos muy bien de los fondos, por lo que usarlos en espacios cerrados, en una historia en la que se presenta la claustrofobia, venía muy bien para la propuesta visual”.

Todo trabajo cinematográfico requiere una simbiosis entre las diferentes cabezas de cada departamento, estableciendo reglas que, reconfiguradas o no conforme avanza el tiempo de rodaje, permitan un cauce compartido en beneficio de la misma historia. Sin embargo, los modos de llegada a dicho camino suponen aproximaciones indistintas. En Zafari, los tiempos de producción imposibilitaron un largo trabajo de mesa, obligando a dirección y a fotografía a crear alternativas de trabajo creativo para la preproducción.

“Llegamos a la conclusión de que lo importante sería establecer un moodboard en común, y así poder entender de la mejor manera posible cuál era la película que estaba ocurriendo en el imaginario de Mariana, para estar en el mismo renglón”. De este modo, y tras haber sedimentado un conjunto de sensaciones visuales que obedecían a lo que necesitaba ser narrado desde la imagen, se configuró un segundo paso en el desarrollo: crear reglas o premisas para la puesta en cámara. “Por un lado, establecimos la idea de la no luz, pero a su vez, configuramos distintas pautas. Por un lado, nos era importante no ver en cámara la entrada y salida de los personajes, puesto que eso dificultaría la continuidad entre los interiores y exteriores si filmábamos en diferentes países. A su vez, queríamos tener una licencia creativa con el uso de los binoculares dentro de la historia, otorgándole no solamente un look distinto al resto de las imágenes, sino también permitiendo un uso de zoom que sabíamos no sería real”.

En la película, que narra el encierro y conflictos de una familia frente al deterioro de su entorno, la cámara se convierte en un compás de tiempos dramáticos, revelando rítmicamente información en la misma progresión de la historia, y a su vez, construyendo tensión entre lo que se descubre con el movimiento de la cámara. “Al principio hicimos pruebas con steadycam frente a la cámara en mano, para comprobar que ese sería el mejor lenguaje para narrar esta película”, dice Alfredo sobre lo que pasaría a convertirse en una regla más dentro del lenguaje cinematográfico de Zafari.

A su vez, la operadora de cámara y de steadycam fue Josefina Matus, quien estuvo en los tres países al lado del director de fotografía, colaborando estrechamente para trabajar en ideas, planos e intenciones. Aunque Matus se encargó de la operación de cámara a lo largo de la cinta, Altamirano también operó durante muchas escenas.

Sobre el gusto propio y el estilo visual

El director de fotografía recuerda algunos de los retos complejos que tuvo en el rodaje de la cinta, dando énfasis a la dificultad de construir una pieza homogénea, de principio a fin. Además de sortear conflictos de infraestructura técnica, dependiendo el contexto de rodaje y el país en el que se encontraran filmando, desde crear panorámicas que homologaran los fondos de cada escena, hasta filmar cada green screen con los animales del zoológico, acorde a la luz real en la que habían rodado en República Dominicana. La película dirigida por Rondón es una danza de extrema atención al detalle. “Es un rompecabezas en el que la preparación junto a cada departamento era crucial, y en la que ningún elemento, por más pequeño que fuera, podía ser dejado al azar”, añade Alfredo sobre el producto cinematográfico que navegó alrededor del mundo para su concatenación, concluyendo su etapa de postproducción y color en Francia.

Con un respiro lleno de alegría, Altamirano comparte: “He tenido la suerte de filmar las cosas que me gustan, sin embargo, esta es la primera película en la que pude imprimir con total honestidad y libertad, un estilo más propio y personal”.

Afín al resultado en pantalla, Zafari se eleva entre el resto de las cintas como una obra única, compartiendo una visualidad que resuena como lo es el centro de su historia: naturalista en su complejidad humana de supervivencia, y de dicha manera, el trabajo del cinefotógrafo acompaña a cada fotograma. “Pienso que mi trabajo como director de fotografía se caracteriza por un naturalismo dramático, en el que cada decisión estética tiene una intención”.

Así, la película —testigo de una colaboración cercana entre todos sus creadores— explora las dinámicas del encierro, el deseo de libertad y los impulsos más básicos del ser humano cuando se enfrenta a la escasez y a la desesperación, trascendiendo la complejidad técnica, para en su proeza, compartir a paso firme un discurso complejo en su naturaleza.